2.9.21

Las redes: ¿peligro o liberación?

   El potencial que tiene un mensaje publicado en las redes de distribuirse masivamente, sin mediar filtros y de forma anónima, es la primera consideración que toman aquellos que quieren actuar con total impunidad y, de paso, hacer daño emocional o físico. Las redes de por sí no tienen por qué considerarse peligrosas o particularmente susceptibles a la manipulación y el engaño. Cada cierto tiempo mis clases en la Universidad dedican un tiempo a reflexionar sobre estas prácticas. En el fondo lo que he encontrado es que se trata de un fenómeno típico, común a cualquier “escenario público” de cualquier época donde hay enfrentamientos de carácter político, cultural, social, etc...

¿Qué hace a las redes más “peligrosas”? A mi juicio, por un lado, la extraordinaria velocidad con la que circula cualquier “mensaje”, y, por el otro, su capacidad para enmascarar la información a un bajísimo costo. La publicidad comercial ama por eso las redes... y también el fascismo.

Además del uso intensivo que hacen de ellas las organizaciones e instituciones de todo tipo, es también un lugar que aprovechan a su manera ególatras, engreídos, chismosos y resentidos. Y, digámoslo de una vez, es también un espacio maravilloso para los movimientos sociales que luchan por el cambio, la libertad y la justicia. Sin mencionar, claro está, las miles de personas que simplemente persiguen conectar con sus seres queridos de una forma rápida, significativa (podemos incluir fotos, videos, gráficas, memes...), accesible y muchas veces juguetona.

En esos mismos escenarios, en unas horas, todo o casi todo se puede ir abajo para una persona, y también para un hijo, un amigo o una amiga. En lo inmediato, no hay manera de sostener razonablemente un “anónimo” que no sea con la reputación del mensajero. Pero, ¿qué pasa si el mensajero y el autor del mensaje son la misma persona? Muchas veces el anónimo en las redes no es solo la fuente directa de la información sino también el vehículo. Y eso es un problema grave.

En mis días de CLARIDAD tuve una fuente que me informaba de las movidas para atracar embarcaciones en Roosevelt Roads, con armamento nuclear, en violación a tratados internacionales. Lo admiré profundamente porque era además un soñador, como yo, en un Puerto Rico libre y socialista, y me confesaba de tiempo en tiempo, con una amargura contagiosa, que se arrepentía de haber vivido sus mejores años a la sombra de Muñoz.

Para adelantar anónimos en CLARIDAD había que tener buenas fuentes. CLARIDAD y Dixie Bayó, su periodista estrella en ese campo, se distinguieron por muchos años en esa línea del periodismo investigativo. Mis mejores fuentes lo fueron Juan Mari Brás y Carlos Gallisá. La fuente original confiaba en ellos. Ellos, de gran reputación, personas insobornables, confiaban en la fuente original que se presentaría como “anónima”. Y CLARIDAD se la jugaba, claro, porque los anónimos son incómodos por definición. En ese tránsito, el único responsable de la información pública era CLARIDAD. Ni la fuente original ni los buenos intermediarios jugaban su reputación.

En la cadena de esos mensajes a veces se perdía algo importante. Y eso lo lamentábamos profundamente porque alguien arriesgaba su vida o su trabajo o sus relaciones. Bregar con anónimos es cosa bien seria, tal y como han sugerido los expertos desde hace años, sobre todo en el marco ahora de unos medios de información que son prácticamente instantáneos y sin filtros adecuados muchas veces. Estos días son quizá oportunos para una reflexión detenida sobre estos temas.

Para la pregunta, ¿redes: peligro o liberación?, no hay respuesta fácil. Depende de una cultura digital que se está abriendo paso hoy y configura, poco a poco, su propia ética.
 
[Posdata] No cuestiono que pueda haber fines legítimos en denuncias anónimas de mujeres y hombres víctimas del acoso o el abuso. No obstante, lo que está en juego debe ponderarse para no responder a una impunidad con otra impunidad.


(Imagen tomada de Investigación y Ciencia).